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El quinceavo del mundo

Sin lana, tristes y borrachos. El sueño mexicano se acabó en Leipzig, pero no este sábado como todos creen, sino desde el 9 de diciembre del año pasado, cuando el sorteo deparó el choque de octavos contra un sobreviviente del grupo de la muerte.

Cierto que cualquiera pudo ganar ese partido… pero lo perdió México. Sí: estamos para pelearle de tú a tú al que sea… pero el que sea también está para pelearnos de tú a tú. Morimos con la cara al sol… pero morimos.

Ahora toca soplarle otra vez al globo verde. De inmediato nos dicen que la prensa internacional, como si no encontrara en qué gastar papel, no hace más que lamentar lo injusta que fue la eliminación de México; pronto nos ilusionarán con la llegada de un nuevo proyecto, y al cabo de cuatro años, estaremos otra vez para jugar el quinto partido del Mundial, como mínimo.

Sería bueno que dejáramos de una vez de buscarle chichis a las hormigas: Argentina venció a México porque tiene mejores futbolistas, que juegan en mejores clubes. Así ha sido siempre, así es ahora y así seguirá siendo mientras el grueso de nuestros seleccionados jueguen en equipos de una liga tan mediocre como la mexicana.

Los penales contra Bulgaria, los cambios contra Alemania, la suerte contra Estados Unidos, el autogol contra Argentina… Ya es tiempo de madurar y aceptar el lugar que nos corresponde en el planeta Futbol: los octavos de final.

Estoy seguro de que algún día saborearemos la efímera gloria de llegar a cuartos, y puede ser que hasta a semifinales; pero también se que pronto volveremos a nuestro papel, como búlgaros, suecos, croatas, turcos o coreanos.

Y aunque no podemos sentirnos orgullosos, tampoco existen motivos para avergonzarnos. Simplemente es cuestión de digerirlo: No somos cabeza de serie. No estamos para semifinales. Jamás ganaremos un Mundial.