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Barcelona Fútbol internacional

Enterrado en vida

Primero perdió el alma, luego la dignidad y al final los trofeos. En ese orden. De los tres elementos que extravió el Barça en su viaje al agujero negro en el que reposa, lo único que recuperará con los años son los moldes de níquel. Y quién sabe cuánto demore en ello. 

Ganar cada edición de la Champions League es imposible. Por mera ley de probabilidad estadística, hacer el ridículo todos los años también debería serlo. Por déficit de amor propio que se padezca, una vez al menos tocará perder con cierta discreción y, si se quiere, al año siguiente vuelves a lo tuyo, si lo tuyo es causar pena.  

Porque una vez es accidente. Dos veces es tener muy mala suerte. Tres veces es no haber aprendido de los errores. Cuatro veces es llano masoquismo. Y cinco veces resulta ya un patológico cuadro de adicción al ridículo.

Lo más doloroso de las ocho puñaladas asestadas por el Bayern en 2020 fue que no sirvieron para nada. No significaron un nuevo inicio. No obligaron al club a cambiar de presidente al instante para que noches como esa no se repitieran jamás. A largo plazo el daño que no mata fortalece… a menos de que seas el FC Barcelona.  

Y es que la carnicería del Bayern no fue un maremoto aislado. El Liverpool lo hubiera destripado también con ocho si Salah y Firmino no se hubieran lesionado. El PSG lo hubiera desmembrado con el doble de saña si hubiera contado con Di María y Neymar. Y si la Roma no le hizo ocho obedece a que tan solo es la Roma.

Peste, hambre, guerra y muerte. Durante años los aficionados del Barcelona se mentalizaron para un futuro sin la protección de Messi. Ningún oráculo advirtió que la devastación post Messi sería con Lionel Messi: taciturno, cabizbajo, inmóvil. Lo que hace al apocalipsis todavía más desgarrador es que sus jinetes no esperaron: enterraron al Barça con todo y Messi dentro. El Barcelona no solo arrastra sin disimulo lo que un día fue prestigio y hoy es un olor a caca, repugnante hasta para el paladar de las moscas, sino que ha inoculado en su todopoderoso estandarte una imagen endeble, impropia del mejor futbolista de todos los tiempos. El equipo al que capitanea es tan, pero tan pusilánime; lleva tantos años sin ser competitivo, que hasta sus más fieles talibanes nos vemos orillados a dudar a solas, oscuras y en voz baja: ¿y si Lionel Messi no es tan bueno como creemos?