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Cruz Azul Fútbol mexicano

Eutanasia

Sobre los escombros del putrefacto Newton Heath, club que vestido de verde y amarillo vagó 30 años sin rumbo por el futbol inglés, se refundó un equipo que hoy conocemos como Manchester United. Por esa época, los New York Highlanders no pegaban un hit hasta que se incineraron en los Yankees. Algo similar ocurrió en tiempos menos lejanos cuando el fracasado Ángeles dio vida al ganador Santos o el día en que el Palestra Italia se restableció como Palmeiras.

Cruz Azul lo ha intentado todo. Cambiar de estado, de Hidalgo a Ciudad de México. Cambiar de estadio, del Azteca al Azul y de vuelta al Azteca. Cambiar de razón social, de Club Deportivo Social y Cultural Cruz Azul A. C. a Cruz Azul FC, para volver a su antigua denominación con más palabras que títulos conquistados.

Fue el último equipo del país en contratar a un futbolista negro (Percy Olivares, 1997). Rescindió unilateralmente el contrato de todo su plantel (jornada 10, clausura 2003). En su desesperación, hasta alineó a jugadores castigados por dopaje (semifinales 2007). Cruz Azul supo exasperar incluso a la bruja Zulema quien, tras hacerle una limpia en 2017, optó por el camino fácil y pasarse al bando del bullying.

Durante lustros buscó técnicos de bajo perfil (Meza, Tena, Trejo, Galindo, Vázquez o Bueno). De últimas ha pedido socorro a técnicos más bien mamarrachos (Jémez, Boy, Caixinha). Nada. En la dirección deportiva apostó por gente de la casa como Manzo y Quintano. Por ídolos del Necaxa (Vilches), de Chivas (Yayo) o América (Peláez). Nada. Cuando abrieron los ojos, los dinosaurios Álvarez y Garcés seguían ahí. Como Bartlett y Elba Esther. 

Cruz Azul se ha reafirmado como un club arcaico, infestado de corrupción, peculado, colusión, tráfico de influencias, grilla y todo aquello que evoca a lo peor de nuestro país y sus instituciones. No es casualidad que haya perdido 62 de las 63 ligas disputadas desde 1980.  

Dicen que todo tiene solución menos la muerte, pero hay veces en que la muerte es la única solución. Cruz Azul es tan solo una cementera, como Newton Heath no era más que el equipo de un ferrocarril. Cambiar de nombre, escudo y hasta de colores. Exorcizar con ello los traumas, burlas y estadísticas que le condenan y orillan a un bucle sin fin. Matar todo rastro del Cruz Azul sería un acto de misericordia y a la vez, la mejor iniciativa para, tal vez así, volver a los buenos tiempos.