Ciudad Juárez, preciosa frontera; por respeto te han puesto en el norte; y por franca, leal y sincera; y por derecha te han puesto ese nombre.
En un movimiento poco franco, desleal, hipócrita y nada derecho, la capital que tanto enorgullecía a su profeta Juan Gabriel ha vuelto a asaltar por la mala la primera división del futbol mexicano.
La cuarta ciudad más grande del país ha sido incapaz de impulsar a un equipo que se gane por la vía deportiva el acceso a la élite balompédica y ha optado por ejercer su derecho a tomar la vía fácil, mediocre y vacía de comprarle su lugar a Lobos BUAP, uno de tantos equipos en la historia del futbol mexicano que se las arreglaron para no cumplir la sentencia del descenso tras habérselo ganado a pulso. En la Liga MX no descienden los malos, sino los jodidos. Y no ascienden los buenos, sino los pudientes. He aquí un fiel reflejo del país.
Tras los descensos de Cobras e Indios y la incapacidad de sus directivas para volverlos a ascender, surgió un tercer club bautizado como Bravos. Durante cuatro años se buscó el pan honradamente. Ganó 63 partidos, empató 40 y perdió 42. Números insuficientes para conseguir el objetivo del ascenso. La pregunta es obligada: si Juárez fue incapaz de generar un proyecto deportivo que lo llevara a la supremacía de una competición tan débil como la de Ascenso… ¿cómo demonios piensa competir en Primera?
El espíritu de la pirámide con ascensos y descensos es castigar a quien peor lo hace y premiar a aquel que más seriedad ha puesto en su proyecto. Amparado en este esquema cualquier club, por insignificante que sea la ciudad o barrio al que representa, tiene legítimas posibilidades de jugar en primera y recibir en su estadio a los grandes equipos históricos. Así funciona y funciona bien en básicamente todo el mundo. Pero en México, simplemente, preferimos cagarnos en la meritocracia. Y así nos va.