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La costumbre de ganar

Ratoncitos blancos que dejan escapar una ventaja de 4-0. Alivianados franchutes muertos de alegría por haber empatado. Italianos arrojados que descubren las bondades del Jogo Bonito…  Apocalipsis 2012. Futbol ficción. 

Ahora México es el ejemplo por su trabajo ejemplar en selecciones menores. Donde otros sucumben ante espejos europeos, el camino del Tri es claro: hace tiempo retomó el mando en la zona y recuperó con creces una superioridad ultrajada durante unos años por los estadounidenses.

En este kafkiano río revuelto, México se ha consagrado como un temible pescador. Ganó todos sus partidos en el grupo de la muerte (compartir grupo con El Salvador y Costa Rica antes del hexagonal hubiera sido una pesadilla en tiempos poco lejanos). Ni siquiera requerimos de una figura internacional tipo Falcao, Cavani o Alexis para estar al nivel de cualquier semipotencia mundial. Ganamos jugando feo, pero parejo; un arte que históricamente sólo ha estado al alcance de las selecciones grandes. 

Carlos Vela es probablemente el mejor futbolista mexicano del momento. Al menos, entre todos los que militan en Europa, resulta el único determinante para su club. Pero México no lo necesita. Ni para ganar el oro Olímpico, ni para clasificar al hexagonal con 18 puntos de 18 posibles. Tal es la inercia ganadora de México. Chicharito pasará por su peor momento, Chepo neceará en sus convocatorias hasta límites insospechados, pero la crisis ni siquiera asoma. Y lo mejor de todo es que tan insólita estabilidad parece normal. Es la costumbre de ganar.

Acabemos ya con el mito de que en Concacaf todo es más fácil. Exceptuando Conmebol, todas las zonas están infestadas de rivales basura. Guyana no es menos que San Marino, Malta no es más que Antigua y Barbuda.

Si todo sigue así en el hexagonal, México llegará al Mundial como el mejor equipo de Concacaf, y eso no ocurre desde Francia 98.  Critiquemos a la selección lo que nos dé la gana pero reconozcamos que atestiguamos su edad de oro. No tiene caso negarlo. Gocemos ahora, en lugar de esperarnos al quinto partido. Esa es una anécdota que  solita llegará.