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La leyenda del Zorro

¿Cuándo fue la última vez que ocurrió algo único en la historia del futbol moderno? Este futbol donde cuatro o cinco clubes se reparten las espadas de los cincuenta mejores mercenarios del orbe. Este asqueroso reflejo de nuestros tiempos en que los mejores juegan con los mejores, los muy buenos son suplentes de éstos y el resto juega con el resto hasta que uno de ellos, a la mínima que despunte, deja de ser alma y figura de un equipo bueno para, en la mayoría de los casos, truncar su carrera en uno mejor. «Si no lo uso yo, al menos me aseguro de quitarle las alas a un pobre diablo como tú».

Lo alcanzado recientemente por Atlético de Madrid y Borussia Dortmund tiene tintes heroicos, pero no dejan de ser hazañas de equipos cobijados por una masa social mastodóntica. El Montpellier campeón de Francia en 2012 fue una historia conmovedora, aunque desarrollada en el marco del vacío de poder previo a la conquista árabe de la Ligue 1. Debatiblemente, el último gran cuento de hadas lo protagonizó Grecia en la Euro de Portugal.

Tras sacudir al mundo en 2004, los helenos clasificaron en primer lugar a las Euros 2008 y 2012. Superaron la fase de grupos en Polonia-Ucrania 2012 y Brasil 2014. Fueron una selección digna hasta que llegó Claudio Ranieri, ese técnico que nunca ganó una Liga en su dilatada vida, y hundió un barco que quedaría sepultado debajo de Finlandia y las mismísimas Islas Feroe. Fue la metedura de pata definitiva en la carrera del técnico que venía de fracasar en Juventus, Inter y Roma. Que previamente pasó sin gloria ni pena por Chelsea y Valencia. Y que aún antes hiciera añicos al Atlético de Madrid.

Leicester City y Ranieri juntos sólo podían aspirar a tocar fondo. Al italiano lo recibió Schmeichel, el hijo del mejor portero del mundo y que no heredó ni una uña de su padre. Luego le saludó Wes Morgan, recién llegado de disfrazarse de autopista en la final de la Copa Oro que Jamaica perdió contra México. El escenario era tan deprimente que, la primera vez que pasó lista, se aguantó la risa ante un apellido que hacía homenaje al humor inglés, como el de Drinkwater. Así inició una bonita leyenda en la que, a media hora del final, el enmascarado ya humilló y se cobró las vidas de poderosos malvados del calibre de Chelsea y Manchester United.

Mucho más que una Premier League está en juego. En vilo está la esperanza de que, bajo este modelo de negocio predecible y despiadado, los héroes de carne y hueso aún no se extinguen.