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Make America Small Again!

Vivimos una década bastarda a la que nadie se preocupó en poner nombre. Puede ser que para quienes experimentamos una efeméride de la magnitud del cambio de milenio, fragmentar lapsos de tiempo en décadas, incluso siglos, resulte una bagatela.

Es verdad que los años transcurridos entres 2010 y 2015 fueron fonéticamente heterogéneos. Ahora que salgamos de dos mil dieciséis y se nos caigan diecisiete, dieciocho y diecinueve encima, probablemente repararemos en la década que se nos va sin siquiera haber nombrado.

La previa, llamada de modo impreciso «década de los dos mil», fue la edad de oro del soccer estadunidense. Entre los años 2000 y 2009, se enfrentaron 14 veces a México: ganaron 10, empataron dos y perdieron dos (ambas en el Estadio Azteca y por un gol de diferencia). En 2002 avanzaron al quinto partido del Mundial. En 2009 jugaron la final de la Copa Confederaciones, tras vencer a una España que había ganado los 26 partidos anteriores y ganaría los 12 partidos posteriores. Entre
ambos hitos, Estados Unidos levantó tres Copas Oro, contra una de México: gigante de Concacaf ambulante.

Con la década de los 10 llegaron Jurgen Klinsmann y su flaco ganado vacuno. Paulatinamente Estados Unidos perdió partidos que había dejado de perder, quedó fuera de fases que ya sabía superar. Se convirtió en un equipo pusilánime fuera, aunque intratable de local. Carecía de clase y talento, pero le sobraba orden y competitividad. A las puertas de 2017 la selección norteamericana ya no es competitiva, ni ordenada, ni respetada en casa. ¿Cómo pudo perder tanto terreno?

Directivos que siguen sin entender el juego, figuras sin ambición de quedarse en Europa, una generación perdida de futbolistas y un entrenador sin don son algunas respuestas. Si bien, en manos de un orfebre más ducho que el alemán, joyas como Pulisic, Green, Carter-Vickers, Hyndman, Miazga, Zelalem, Rubin o Wright están llamadas a hacernos temblar en la década de los veinte.

Mientras eso ocurre (o no), en el horizonte asoma ya un nuevo clásico, el de toda la vida antes de la emergencia yankee. México ha dejado de tener rival decente en el norte, pero Costa Rica, sigilosamente, se ha vuelto Costa Millonaria. Al menos para los estándares de Concacaf.