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Más grande que Messi

En Italia ganar a la mala es considerado de buen gusto. Es el país del Catenaccio, de la compra de árbitros, del amaño de partidos al son que marquen las apuestas. Y bien orgullosos están de una bandera que les ha llevado a ganar cuatro mundiales de la mano de dictadores, apostadores y gañanes del calibre de Mussolini, Rossi o Materazzi. La verdad, no carecen de argumentos para enarbolar la cultura de la trampa: por las buenas Maldini, Baresi, Baggio, Facchetti, Mazzola o Rivera jamás salieron campeones del mundo.

Meter un gol más con la mano para la posteridad del Youtube o confesarse culpable en el acto ante la autoridad más cercana. Ganar 1-0 o mantener el empate so riesgo de perder 0-3 al final del partido. Ser un gran delantero más en los libros de historia o canonizarse en vida como un mito de las canchas. Tomar la mejor decisión con una taza de café en el escritorio es fácil, pero Miroslav Klose tuvo una fracción de segundo para hacer lo correcto guiado por sus nobles reflejos, esos con los que siempre acaba empujando el balón en el área chica. 

Algunos matizarán que la encomiable acción de Klose en el Napoli – Lazio de ayer fue producto de la estabilidad de un jugador maduro que nada tiene que perder, y que en el ocaso de su brillante carrera se encuentra más allá de bien y del mal. Tendrían razón si el alemán no hubiera hecho algo similar a los 26 años, la tarde en que jugando para el Werder Bremen resbaló en el área del Arminia y obligó al árbitro a cancelar el penal y la amonestación sancionados. “Nunca vi algo así en 25 años de carrera”, confesó el nazareno. El partido iba cero a cero. 

Un solo gol en Brasil 2014 convertiría a Miroslav Klose, además del más grande caballero que ha pisado las miserables canchas del prostituido futbol moderno, en el máximo goleador en la historia de los mundiales. Justo en la época en la que más difícil resulta anotar un gol. El gran Ronaldo no podría haber elegido a más merecido sucesor.