Desconozco cuál es mi película favorita, son muchas. Tampoco tengo una canción preferida, hay tantas. Ni siquiera sé a qué celebridad elegiría si frotase la lámpara y un genio proxeneta me permitiera es-coger a la que yo quisiera. Si de futbolistas hablamos, soy incapaz de responder quién es el mejor que he visto, porque empatarían tres.
Uno era un chico bajito, de pelo largo y cara de tonto. Zurdito eléctrico, rápido, incansable. No dejaba de correr, perseguir rivales, robar balones, esconderlos y transportarlos directo al área rival. Jugaba de extremo en el Barcelona y debutó a los 17 con el número 30 en la camiseta. Se ganó la titularidad, le dieron el dorsal 19 y aunque cada vez metía más goles y asistencias lo suyo, lo suyo era driblar. Ganó dos Ligas y una Champions.
Justo después apareció también en el Barça otro delantero pequeñín, pero este llevaba el pelo corto y el número 10 en la espalda, aunque su posición era la de falso nueve. Ambidiestro él, destrozó todos los registros históricos de goles y asistencias. Junto a su entrenador Pep Guardiola y sus fieles escuderos Xavi e Iniesta, lideró al mejor equipo jamás visto en cualquier deporte. Ganó cuatro Ligas y dos Champions.
El tercero en cuestión es un señor que usa barba. Si le das medio metro para ejecutar, te clava un imposible pase a gol, de preferencia entre tus piernas. Si en cambio le atacas, te hará un recorte, de preferencia pasando el balón entre tus piernas. Y si mejor lo derribas, mala idea porque se levantará y clavará el balón en el ángulo de tu portería pues, entre otras cosas, ese padre de familia es el cobrador de tiros libres más efectivo del que se tenga constancia. Ha ganado cuatro Ligas y una Champions.
Desveló su identidad en fracciones. A diferencia del Buki, llegó con el pelo largo y solo después de cortárselo se dejó las barbas, en inocente afán de disimular el peor guardado de los secretos. Primero en el papel de hijo, luego de espíritu santo y ahora como padre, la mejor cualidad de Lionel Messi es su condición de eterno.