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Fútbol mexicano Liga MX

Oro color dios

Juárez era invencible. Como el Benemérito de las Américas, a quien debe su nombre, mantuvo a raya a propios y extraños. Ni siquiera el viento era capaz de incomodarle. Tan solo el Atlante, en la penúltima fecha y ya con el liderato amarrado, pudo arrancarle el invicto tras dos empates y 10 victorias: las siete últimas, consecutivas.  

En Copa arrasó con Toluca y Tijuana en la fase de grupos, luego eliminó al América en el Azteca y después sólo el omnipotente Cruz Azul había logrado frenarle. Hasta ayer miércoles, cuando el mismísimo Dios -en más carne que hueso- lo paró en seco.

Juárez, que había metido gol en todos y cada uno de sus partidos como visitante, se atascó ante Dorados. Perdió su récord perfecto fuera de casa y quedó al borde de la eliminación en semifinales de la Liga de Ascenso: ese extraño submundo paralelo del que nadie asciende. 

Dorados ha permitido un gol en los últimos cinco partidos. De los últimos nueve, ganó siete y empató dos. Nada de lo que brilla ahora fue oro antes de la llegada del Midas moderno. En la primera parte del campeonato, previo a la aparición del ser supremo, no ganó ni un solo partido. Ni su ex jugador Josep Guardiola, hoy entrenador número uno del planeta hubiera sido capaz de obrar semejante milagro mesiánico de resucitación. 

Diego Maradona llegó a Sinaloa en uno de los momentos más bajos de su ya de por sí subterránea existencia. No puede estar en pie más de medio minuto, pero sí elevar al equipo hasta clasificarlo -¿de qué otra manera si no?- de panzazo. A Diego se le hace imposible hilvanar tres palabras, ya no hablemos de ideas, víctima de una macabra política de comunicación que no le protege, alejándolo a 10 kilómetros de cualquier micrófono, como dictaría la lógica más elemental. Pero da igual, porque ese hombre con la mirada perdida y la lengua adherida al maxilar inferior, sí que es capaz de liderar un equipo de oro dorado. Si semejante aberración no merece una segunda canonización, que baje Diego y lo vea.