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Sin City FC

Gélida metrópoli cubierta por una minúscula gama de tonalidades que oscilan entre el gris y el gris oscuro. Basura y orines adornan las calles saturadas de hombres hostiles y viejos arrogantes. Pero lo peor de todo son sus jóvenes. Esta ciudad es la cuna de esos pequeños vándalos que visten pants y capucha, maldecidos en toda la isla con el nombre de Neds (contracción de not educated). Es la ciudad más sucia de Gran Bretaña, la segunda más violenta de Europa y el área más desfavorecida del país en los índices de salud, educación, ingreso per cápita y acceso a servicios públicos. Ya no hablemos de la eterna lluvia que la envuelve, de su comida vomitiva, ni de sus mujeres: las más guapas carecen, en el mejor de los casos, de un par de piezas dentales.

De por sí Europa está en quiebra, pero aún en los mejores tiempos Reino Unido fue siempre el peor lugar para vivir en ella. No obstante, dentro de las resquebrajadas coordenadas del Viejo Continente todavía resalta por su inmundicia esta ciudad en  las entrañas de la deteriorada Escocia. Su nombre es Glasgow. Sin embargo, la capital del crimen, la contaminación y la fealdad extrema posee una buena razón para vivir… y evidentemente no se trata del Rangers FC.  

Reza el viejo adagio que los ciudadanos tenemos el gobierno que merecemos. Tal premisa no aplica en el futbol, donde los mejores aficionados suelen apoyar a equipos de mierda en el panorama internacional; mientras las aficiones más frías disfrutan inmerecidamente con los logros de sus equipos. Esos que pueden comprar todo lo que no tienen… todo menos el fervor incondicional de los suyos. 

Si en un universo paralelo el balón corre a merced del aliento de las masas, en lugar de responder a la voluntad de piernas millonarias, estoy seguro de que esos equipos monopolizan la orejona. Porque por más esmero que inviertan, los partidarios del Manchester, Barcelona, Milan o Bayern jamás estarán a la altura, ni siquiera en el más accidentado de los partidos, de sus rivales de Galatasaray, Panathinaikos, Dortmund, Liverpool o Celtic. 

En cambio a veces, sólo a veces, estos últimos no se limitan a ganar en el concreto, sino que milagrosamente extienden su superioridad moral al césped de nuestro pusilánime universo. Pasó en 1967 en un Inter-Celtic. Ocurrió hoy en un Celtic-Barça. Es entonces cuando por un instante todo cobra sentido, porque la victoria se aloja al menos por una noche, en las casas de quienes más la merecen. Aunque vivan en un agujero como Glasgow.