Corren tiempos difíciles para los alérgicos a la rutina. No era suficiente con levantarse, ir a la escuela o al trabajo para luego volver, dormir y levantarse de nuevo hasta el infinito, ¡no! Hace tiempo que el futbol dejó de aderezar nuestras insulsas vidas para sumergirse en nuestra cotidiana ñoñez. Juventus gana todas las ligas y todas las copas, todos los años. Bayern se entretiene alternando a veces en marzo, otras en abril, su celebración anual por la conquista de la Bundesliga. La menor previsibilidad de la Premier League poco hace para endulzar la desazón de saber, de antemano, que el Barcelona ganará la Liga… solo porque el Real Madrid se quedará con la Champions.
Y de un día a otro, sin esperarlo más, el futbol volvió a tener sentido. Esos sabiondos que salimos en la tele, no sé por milagro de quién, nos llenamos la boca 24 horas al día, siete veces a la semana, desacreditando al equipo menos poderoso y sobrevalorando al de más recursos. Desde el día mismo del sorteo estamos seguros de quién va a avanzar, porque en estos tiempos las jerarquías y recursos económicos se escriben en piedra. Los partidos de ida no hacen más que confirmar la predictibilidad del futbol, reducido a un guion de lucha libre. Los segundos noventa minutos ya no hace falta ni verlos.
¿Qué sería del futbol si sus protagonistas fueran tan holgazanes, superfluos, radicales y escépticos como quienes lo psicoanalizamos todos los días? No existiría más. Pero resulta que de vez en cuando, pasan cosas que nunca habían ocurrido. Una noche, tras quince o veinte años de ayuno, angustia y fracasos ligamos por primera vez. Besamos los labios que anhelamos y no los que encontramos. Nos ganamos a la chica de nuestras fantasías, aun con poco dinero. A veces, unos cuantos, conseguimos el trabajo ideal desafiando a la lógica y a las estadísticas. El futbol no es distinto a la vida. Ambos valen la pena solo si pervive la esperanza de que un día, quizá un martes o miércoles de mitades de abril habrá una oportunidad de que acontezca lo impensado.
La Roma tenía que destrozar al Barcelona en el Olímpico y se puso manos a la obra. Ganó 3-0, pero mereció el doble. La Juventus debía arrollar al Real Madrid en el Bernabéu y viajó en aplanadora. No lo consiguió, pero quedó más cerca de lo que cualquier persona sana o juiciosa imaginó tras el resultado parcial de los primeros noventa minutos.
La intriga es parte fundamental del futbol. El Real Madrid tiene que ganar robando y de último minuto para que la desdicha tenga fácil explicación. El futbol puede, y hasta debe ser injusto… pero nunca insípido. Eso no se lo puede permitir.