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Teoría sobre la pendejez del Chepo

“El contrato es hasta jugar la final de la Copa Mundial del 2002”. Así presentó el Presidente de la Femexfut al hombre cuyas pequeñas pupilas transformaban en oro todo lo que escaneaban. Morelia, Toros Neza, Toluca… Entonces cien de cada cien apoyábamos la moción de que Enrique Meza sustituyera a Manuel Lapuente, quien ya nos tenía hartos tras la mala imagen ofrecida ante República Checa en la importantísima Copa Carlsberg. 

Por si fuera poco, bajo el mando de Lapuente México había perdido un amistoso contra Estados Unidos, dio pena en la Copa Oro eliminado por Canadá y el acabose: perdió en Trinidad y Tobago en la fase de grupos previa al hexagonal. La selección perdió esos cuatro partidos en el año 2000. Ni uno más. Poco importaron las 10 victorias y dos empates restantes porque no jugaban a nada, o eso decíamos quienes idolatrábamos al pelón tras ganar la Confederaciones un año antes. Si tiene dignidad, que renuncie. Y Lapuente renunció. 

Antes de él echamos a Bora por clasificar invicto al Mundial pero no sin atreverse a empatar dos partidos en el Azteca. Y antes de Bora pedimos el cuello de Mejía Barón porque Estados Unidos nos eliminó en penales de la Copa América, imperdonable descalabro para el hombre que supo llevarnos hasta la final de la edición previa. Cada vez que suplicamos la marcha de un técnico aseguramos que la selección no juega a nada, sin reflexionar cuándo le hemos dado tiempo de que juegue a algo.

El caso es que tras la pomposa conferencia de prensa referida en el primer párrafo, Enrique Meza perdió 10 partidos en récord de nueve meses, ¡fuera! Javier Aguirre sufrió la eliminación más vergonzosa del Mundial, ¡sáquenlo! La Volpe tampoco pasó de octavos y aparte cayó gordo, ¡que traigan a Hugo! Hugo no pudo meterle seis goles a Haití, ¡córranlo ya! Eriksson nos iba a dejar fuera del Mundial y ni hablar español sabía, ¡go home! Aguirre puso a jugar a Guille Franco, ¡que no vuelva más! Chepo perdió siete partidos, ¡Fuera Chepo! Pronto pediremos la cabeza de Tomás Boy.

José Manuel De la Torre no es el peor técnico que ha tenido la selección nacional pero sí es de lejos el más bendecido por la mansedumbre de los directivos, no así del otro tumor del que otras veces hemos hablado llamado prensa-afición. Está en él encontrarle la vuelta y recuperar la capacidad mostrada con la estabilidad de resultados obtenida durante 2011 y parte de 2012. 

Clasificar caminando al Mundial, ganar todas las Copas Oro, llegar al quinto partido. La selección mexicana está perdida en el limbo, justo a la mitad entre lo que creemos que debería ser y lo que en realidad ha sido siempre. Si todos sabemos que no somos potencia mundial, ¿por qué exigimos como si lo fuéramos?

Si Brasil, Argentina, Holanda o Francia cambian técnicos cuando pierden es porque están acostumbrados a un manto de estabilidad ganadora que históricamente sólo comparten con Italia, Alemania o recientemente España. Todas las demás selecciones de media tabla para abajo deberían aguantar los altibajos como naturaleza de cualquier proceso. 

México ha perdido tres de las últimas cinco Copas Oro. La única vez que clasificó primero del hexagonal data de Francia 98. En lo que va de siglo ha ido la mitad de veces a Juegos Olímpicos y ha quedado fuera la otra mitad. Los resultados poco encajan con la superioridad manifiesta que pregonamos. Ya no hablemos de cuentos de terror prehistórico como el premundial de Haití 1974 o la eliminación de España 82 a manos de Honduras. Jamás hemos sido lo que creemos. 

Llegados a este punto concluir que el Chepo es un pendejo lo simplifica todo. Pero nadie parece plantear hipótesis aún más simples. ¿Y si en realidad no somos tan buenos para jugar futbol como pensamos? O quizá (sólo quizá) será que después de todo Concacaf no es tan fácil como eternamente nos seguirá pareciendo.