Categorías
Sin categoría

Universos paralelos

Soberbios, desmemoriados, odiosos y medio llorones. Los mexicanos somos algo así como los argentinos de Concacaf. O quizá es que ellos se han convertido en los mexicanos de Conmebol, vayan ustedes a saber. 

Nuestros vecinos llaman a las armas cada vez que los honramos con nuestra visita, como si vencernos fuera cuestión de patria o muerte. En algunas eliminatorias seremos tan superiores como nos sentimos, y en otras más bien daremos penita, pero al final mexicanos y argentinos siempre acabamos en el Mundial. 

Somos tan buenos que repartimos por el mundo los goles que a nosotros nos sobran. Daniel Osvaldo evita la debacle italiana en Bulgaria, a la par que Hérculez Gómez le salva el pellejo a Estados Unidos contra Jamaica. 

Guiamos además a nuestros enemigos. Chile y Colombia deben recurrir a técnicos argentinos como Borghi y Pekerman para ir al Mundial, mientras El Salvador apuesta por el mexicano Juan de Dios Castillo para siquiera enderezar su siempre maltrecha nave. Su rencor tan grande, sólo es superado por la admiración que en el fondo nos profesan a pamperos y aztecas.

Allá reniegan de Messi, aquí de Chicharito. Ellos piensan que Sabella juega más feo que el Chepo, nosotros olvidamos que Eriksson perdía aún más puntos que Maradona. Aquellos se quejan de Di María y nosotros con los ojos cerrados se los cambiábamos por De María. Cada uno en la cima de nuestras respectivas Américas, argentinos y mexicanos estamos cortados por la misma tijera.

Nuestros torneos cortos son sendas basuras y nadie hace nada por remediarlo, si no es inventarse copas todavía más malas. Ellos con sus Grondonas, nosotros con nuestros Justinos. De un tiempo para acá, comemos únicamente de oros, mundiales y demás faenas de nuestras selecciones juveniles. 

A la hora buena, la del Mundial, nosotros nos quedamos en el cuarto partido y ellos no pasan del quinto. Ambos tropezamos con la misma piedra: la suya no es Alemania y la nuestra dista mucho de ser Argentina. Si nos deprimimos religiosamente cada cuatro años es por insistir en ser más de lo que somos.