Los jóvenes no saben nada del miedo. El miedo es cosa del invierno, cuando el sol se oculta durante una generación y los niños nacen, viven y mueren de noche mientras los crueles caminantes blancos transitan por los bosques. Algunas almas veraniegas, las entradas en treinta, aún recordamos los coletazos del último frío. Años y años de esperar al nuevo Pelé, al sucesor de Maradona; de arrodillarnos esperanzados ante bien intencionados pero falsos mesías, cuyas luces nunca nos deslumbraron por más de tres temporadas. Los especialistas nos lo advirtieron mil veces: el futbol había cambiado, los sistemas de juego se enrigidecieron tanto que el ecosistema mismo prevenía el surgimiento de un crack como los de antaño.
Luego debutó Messi, claro está. Pero ahora que tiene 28 años conviene advertir que el invierno se acerca. Aquellos que hemos sabido agradecer al cielo cada día por su existencia y los obcecados que decidieron abstenerse de disfrutarlo en toda su magnitud; a todos por igual nos caerá el invierno cuando Lionel Messi cuelgue los tacos. Y lo más probable es que esta vez se sea para el resto de nuestras vidas que difícilmente serán alumbradas por los rayos de un jugador similar.
Todo héroe necesita una halo de tragedia para ser legítimo. El talón de Aquiles, la cruz de Jesús, la sordera de Beethoven o el exilio de Napoleón sirvan como ejemplo. No jugar en Europa es la mancha de Pelé, el consumo de drogas el deshonor de Maradona, no hacer nada con su selección es el pecado de Lionel.
Messi nunca será el mejor jugador en la historia de la selección argentina. Volvió a ponerla en el mapa, la llevó a jugar finales que se habían convertido en territorios prohibidos, pero hasta ahí. En sentido opuesto a Maradona, recalcó una vez más que necesita de compañeros que lo sublimen. En el Barça tampoco ganó nada las temporadas en que se encomendaron a él solo. El futbol es deporte de conjunto y cuando se juega como tal, nunca hubo nadie como él.
Poco importa que él haya sido el único capaz de meter su penal, ni que tras 90 minutos de recibir patadas lograra inventarse una jugada que no acabó en el gol del título por caprichos del destino. ¿Tiene culpa Messi de que Higuaín sea un petardo? La final de la Copa América dejó la mesa servida para que hoy los sedientos revisionistas reabran el debate sobre el lugar que le corresponde a Messi en la historia del juego. El vacío de un interminable invierno les hará recapacitar.