Cuatro navidades. 48 uvas de año nuevo. Mismo Madrid.
Se fueron Camacho y Luxemburgo, Sacchi y Florentino, Valdano y Butragueño, Figo y Zidane; pero el desastre llamado Real Madrid se mantiene intacto.
Llegó un nuevo presidente, que ganó las elecciones sólo porque pilló a medio mundo de vacaciones, acompañado por Mijatovic que está hecho todo un gángster. Y con ellos llegaron Capello, Cannavaro, Emerson, Reyes… Ni por esas los otrora galácticos han dejado de arrastrar el prestigio.
Fracasó la fórmula de jugar con puros Zidanes. Entonces lo intentaron con Zidanes y Pavones, pero tampoco resultó. Ahora ya no quedan Zidanes, ni tampoco Pavones: sólo un nido de grillos sagrados que nadie se atreve a fumigar.
Todos sabemos que Beckham no tiene nada que aportar. También es obvio que Salgado tiene de futbolista lo que yo de trovador. Y que Roberto Carlos es el cáncer del equipo resulta tan evidente como que Guti es una niña.
Además, está claro que Cassano es mal delantero y peor persona. Y negar que Raúl está acabado sería como no aceptar que Ronaldo tiene seguro un espacio con letras doradas en la historia del futbol… pero únicamente por sus logros como jugador del Club Brasil.
Y si a esto le agregamos que Casillas ya no es lo que era, que Robinho, Gago e Higuaín son jugadores dignos del Real Madrid B, y que Cannavaro no tuvo la dignidad de regresarle sus premios a los reyes magos, tenemos a un equipo que por cuarto año seguido está fuera de combate desde enero.
Porque en medio año ya sufrió más derrotas de las que el Barcelona se permite en toda la temporada. Porque las ligas no se ganan en Mestalla, sino en estaduchos como el del Getafe. Porque da igual ganar el derbi en el Bernabéu si después el Recreativo te arrolla ahí mismo.
Pero al César lo que es del César: Este Madrid tiene un inobjetable mérito, algo imposible de conseguir en estos tiempos: darle más alegrías al culé que el propio Barça.